Llevo catorce años como practicante de meditación, he
pasado por muchas etapas, cada una me ha aportado enseñanzas nuevas,
descubrimientos a cerca de mí misma que se han trasladado al exterior, porque
todo lo que vivimos dentro es una proyección hacia fuera.
La meditación es el “alimento del alma” cuando no le
proporcionamos lo suficiente comienzan las carencias, sentimos sed… nuestra
vida se agita, comienza el sentimiento de separación, de que nos falta algo… en
ocasiones intentamos llenar ese vacío con cosas materiales sin comprender que
el vacío interior tan solo puede llenarse con el silencio, el reencuentro de lo
que somos, desencuentro que se produce por el olvido y la desconexión con ese
ser más profundo, perfecto y pleno que reside en nuestro Ser.
Comprender esto me llevo años, aceptarlo fue el bálsamo
sanador para comenzar una nueva vida, el cambio fue tan fuerte que
afortunadamente después de eso ya nada volvió a ser lo igual, comenzó “el
camino sin retorno…” esta expresión la utilizo en mis cursos, mis alumnos
sonríen, me observan con curiosidad, se quedan un poco descuadrados cuando lo
digo, sin embargo, con el tiempo se dan cuenta de que es así. El cambio es
necesario, la vida es evolución, transformación, impermanencia… El río fluye aparentemente por el mismo lugar, pero
sus aguas nunca son las mismas a pesar de que el cauce siempre discurra entre
las piedras y las piedras no cambien de sitio…
Cuando la vida se acelera el corazón galopa al mismo
ritmo, acabando como un caballo desbocado, ese caballo incontrolado es tu mente
desbordada… Pero… ¿Controlamos nuestros pensamientos o los pensamientos nos
controlan a nosotros? ¿Qué harías si tuvieses unos minutos sin pensamientos?
¿Eres tus pensamientos? Quizás no te sea sencillo encontrar la respuesta a
estas preguntas. La mente es una parte de raciocinio que está para ayudarnos,
está a nuestro servicio, pero… ¿Qué sucede? que la mente ha tomado el control,
ha cogido las riendas de la vida que vivimos y los pensamientos a menudo campan
a sus anchas sin pedirnos permiso… invadiendo los límites de la tranquilidad,
traspasando las fronteras de la ecuanimidad, volviéndonos dependientes de una
mente controladora y parlanchina; el parloteo constante no cesa y en algunos
momentos viene la expresión… Voy a hacer un viaje para desconectar o quiero que
llegue el fin de semana y desconecto… Es buena idea buscar la desconexión; para
encontrarla hay que tener los medios, si no, donde quiera que estemos, allí
donde vayamos los pensamientos vendrán como equipaje preferente y se instalarán
como programas predefinidos en el disco duro de nuestro cerebro, ocupando gran
parte del software impidiendo dejar espacio libre al vacío, vacío necesario
para llenarlo de paz, armonía, tranquilidad, sosiego y amor.
Relajar el cuerpo es sencillo, un baño de agua caliente,
un Spa, tumbarnos en el sofá tapados con una manta, dormir… ¿Y relajar la mente…? ¿Es fácil relajar la
cabeza? Quizás estés tumbado en la hierba tomando el sol con tu cuerpo relajado
y vengan a ti mil pensamientos saboteando ese momento de relax.
Casi siempre que alguien toma contacto con la meditación
por primera vez piensa que dejar la mente el blanco es imposible, que es requisito
indispensable para meditar… Que no sabe relajarse y… No tiene tiempo porque ¡Está
muy ocupado!… Otras veces confunden meditación con reflexión y se agobian
porque piensan que es para pensar más y claro… ¡Lo que desean es dejar de
pensar!
Meditar es más sencillo que todo eso y al mismo tiempo
más complejo. Esta dualidad hace que no sea fácil explicar con palabras el
significado exacto de la meditación por más definiciones que se le dé. Es mucho
más que lo que parece a simple vista. Es observar que “hay dentro” haciendo una
pausa para después ver y comprender mucho más “ahí fuera”. Es ante todo un
puente hacia tu interior.
En el siglo XXI hemos llegado a conquistar el espacio, a
tener ordenadores muy potentes, medicinas que alargan la vida y la protegen de
forma que en los tiempos de nuestros bisabuelos era impensable… Sin embargo,
vivimos con el corazón oprimido por un estrés que mata, una vida llena de cosas,
con abundancia aparente y carente de lo más esencial: recordar lo que somos.
La meditación es la medicina del alma, que no se compra
en farmacias, ni se envasa en blíster de colores con cajas de bonito diseño
comercial.
La meditación es el alimento de tu interior, la medicina
del ser, el espacio donde resides, el templo sagrado donde entras mientras
habitas tu cuerpo… Es recordar que somos mucho más de lo que nuestros
pensamientos intentan decirnos. Y meditar es tan sencillo como respirar, tan
fácil como observar nuestros pensamientos sin juzgar el por qué; es hacer consciente
el acto de la respiración, algo inconsciente que al volverse consciente se
convierte en la magia que estábamos esperando. Todo un arte que está ahí
deseando que le prestes atención.
Cuando meditamos entramos en un plano de conciencia
modificado, donde la frecuencia cerebral es similar a la que tenemos mientras
dormimos en estado de vigilia, la atención está activa en estado de relajación
y la observación es plena.
Los beneficios llegan a un nivel en el que un meditador constante
durante cinco años una hora diaria tiene un rejuvenecimiento cerebral de doce
años.
La meditación desarrolla la intuición, rompe con hábitos
y reacciones inconscientes, miedos, escollos subconscientes… transforma la
emociones negativas, nos hace ver las
cosas con más claridad, nos ayuda a estimular la producción de nuevas células,
meditar una hora equivale a cuatro horas de sueño reparador…
Como profesora de meditación me siento plena, satisfecha.
La meditación llegó a mi vida hace años transformándola para siempre. En mis
clases, cursos y talleres siempre ocupa
un lugar importante independiente de el tipo de curso o taller que imparta. Hace
poco di una conferencia, hacer una breve meditación antes de comenzar la charla
cambió la energía de la sala y de los asistentes.
Todo esto me lleva a una frase anónima que llegó a mi
hace tiempo: “Meditar es atreverse a
mirar allí donde lo desconocido guarda secretos sin nombre”