Hace unos años cuando el estrés campaba a sus anchas en
mi ser, la sensación de opresión en mi pecho era comparable a tener el peso de
una baldosa sobre él, las prisas y correr eran naturales en mi día a día, mi corazón
vivía agitado y moría al mismo tiempo asfixiándose en una vida llena
aparentemente, pero vacía y carente de sentido… Sin escuchar las señales,
llenándome cada vez más de insatisfacción, entrando en la espiral de la
inquietud, dejándome arrastrar por ella… Buscando respuestas sin escuchar las
preguntas. Sin atender a mi interior, trabajando sólo el exterior… Buscando
fuera lo que tan sólo se puede encontrar dentro… Hasta que mi corazón dijo
¡Basta! y entonces no me quedó más remedio que escuchar lo que no había querido
oír antes. Crisis. Catarsis. Cambio… Replantearse las cosas aunque no supiera
ni por dónde empezar…
Comencé un camino sin retorno, un sendero de búsqueda y
conocimiento interior del que hasta ese momento nunca había escuchado hablar. Al
principio no entendía nada o no quería entender porque había demasiadas
resistencias en mí. Sin embargo, la semilla estaba plantada y aunque yo no
hiciese mucho por abonarla y regarla comenzó a crecer… La semilla que en
principio dio frutos amargos se convirtió sin duda en la más dulce con el paso
del tiempo y poco a poco me decidí a abonarla para que se produjese la cosecha.
Y la cosecha llegó y con ella comencé por primera vez en muchos años a sonreír
a pleno pulmón a sentir en mi pecho una sensación nueva para mí, empecé a estar
en paz conmigo misma, a amarme, a ver mis defectos como virtudes poco
desarrolladas como oportunidades para aprender. A ver los errores como los
mejores maestros, a entender que en la escuela de la vida todos somos maestros
y alumnos a la vez. Sabiendo que la vida es demasiado corta como para
malgastarla corriendo exhausta sin dirección alguna olvidándose de lo bello que
puede resultar el viaje si observas a tu alrededor.
La meditación apareció en mi vida como un soplo de aire
fresco que al principio me llenó de curiosidad sin saber mi bien si realmente
funcionaría conmigo. Pensé: “Esto no es para mí” “¿Meditar yo? ¡Si mi mente
grita y no sé cómo hacerla callar!” “Soy incapaz de relajarme”.
Esa mezcla de curiosidad y escepticismo me impulsó a
seguir. Abandoné varias veces “el barco” pero no tardaba mucho en volver a
“embarcarme de nuevo”. Un día el Lama del Centro Budista donde iba a meditar
todos los martes vio mi tristeza, mi insatisfacción, mi abatimiento… con una
amplia sonrisa se acercó a mí y medio en inglés medio por señas… con alguna
palabra en tibetano que no entendí me dijo algo que su interprete (un chico
joven que siempre iba con él) me tradujo como: “Lo que tanto te niegas a ti
misma es lo que realmente andas buscando. Llegarás a maestra.” Me dejó
perpleja, ahora, con el paso de los años, desearía volver a verle (se fue al Tíbet,
no sé si habrá regresado) darle un abrazo, devolverle la sonrisa que él me regaló
aquel día en que yo era incapaz de sonreír; decirle que tenía razón, que la
negación era tan sólo miedo y resistencia inútil… Quien sabe, quizás volvamos a
vernos… si llega ese día nada me hará más feliz que expresarle mi
agradecimiento.
Hay un ingrediente con el que cocino cada día en mi fogón
interior se llama meditación, desde que lo utilizo el sabor de mi vida ha
cambiado, mi visión ha pasado del estrés a la relajación, de la insatisfacción
al agradecimiento, de la tristeza al despertar a la vida, a despertar los
sentidos y ver que hay otros mundos paralelos en este, que están ahí aunque si
no profundizamos no podamos verlos.
Cada clase, cada taller, cada curso cada sesión de
terapia me trae cosas nuevas, información privilegiada que proceso dando
gracias a tanto por descubrir y tanto por aprender.
A veces me sorprendo de que las clases se “hagan solas”
siempre las llevo preparadas pero como bien dice una de mis alumnas “soy la
reina de la improvisación”, tengo el plan A, el B y el C (siempre llevo varias
opciones) y llegado el momento, el presente que es lo único que tenemos, lo más
puro para disfrutar y expandir en nuestro ser me regala la oportunidad de
actuar según el plan D que se gesta a medio camino entre un enorme corazón que
aparece en medio de la clase fruto de la unión del grupo y de mi propia energía
como facilitadora de la sesión ¿Magia? Tal vez… tengo claro que la magia
existe.
Recorrer el camino, disfrutar del viaje mientras observas
a tu alrededor es la parte más importante. El pasado no va a volver, si le
llamas constantemente corres el riesgo de que aparezca gruñendo con sus
afilados colmillos. El futuro llegará con mil sorpresas que ni siguiera
esperabas, desarrollándose según el plan divino, no como tu pensabas.
Meditar te lleva justo ahí al presente, al ahora, al
momento real, para que veas lo que hay dentro y comprendas que lo que existe
fuera no es otra cosa que un reflejo de ti.