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domingo, 1 de junio de 2014

Meditación, medicina del alma


Llevo catorce años como practicante de meditación, he pasado por muchas etapas, cada una me ha aportado enseñanzas nuevas, descubrimientos a cerca de mí misma que se han trasladado al exterior, porque todo lo que vivimos dentro es una proyección hacia fuera.

La meditación es el “alimento del alma” cuando no le proporcionamos lo suficiente comienzan las carencias, sentimos sed… nuestra vida se agita, comienza el sentimiento de separación, de que nos falta algo… en ocasiones intentamos llenar ese vacío con cosas materiales sin comprender que el vacío interior tan solo puede llenarse con el silencio, el reencuentro de lo que somos, desencuentro que se produce por el olvido y la desconexión con ese ser más profundo, perfecto y pleno que reside en nuestro Ser. 

Comprender esto me llevo años, aceptarlo fue el bálsamo sanador para comenzar una nueva vida, el cambio fue tan fuerte que afortunadamente después de eso ya nada volvió a ser lo igual, comenzó “el camino sin retorno…” esta expresión la utilizo en mis cursos, mis alumnos sonríen, me observan con curiosidad, se quedan un poco descuadrados cuando lo digo, sin embargo, con el tiempo se dan cuenta de que es así. El cambio es necesario, la vida es evolución, transformación, impermanencia… El río  fluye aparentemente por el mismo lugar, pero sus aguas nunca son las mismas a pesar de que el cauce siempre discurra entre las piedras y las piedras no cambien de sitio…   


Cuando la vida se acelera el corazón galopa al mismo ritmo, acabando como un caballo desbocado, ese caballo incontrolado es tu mente desbordada… Pero… ¿Controlamos nuestros pensamientos o los pensamientos nos controlan a nosotros? ¿Qué harías si tuvieses unos minutos sin pensamientos? ¿Eres tus pensamientos? Quizás no te sea sencillo encontrar la respuesta a estas preguntas. La mente es una parte de raciocinio que está para ayudarnos, está a nuestro servicio, pero… ¿Qué sucede? que la mente ha tomado el control, ha cogido las riendas de la vida que vivimos y los pensamientos a menudo campan a sus anchas sin pedirnos permiso… invadiendo los límites de la tranquilidad, traspasando las fronteras de la ecuanimidad, volviéndonos dependientes de una mente controladora y parlanchina; el parloteo constante no cesa y en algunos momentos viene la expresión… Voy a hacer un viaje para desconectar o quiero que llegue el fin de semana y desconecto… Es buena idea buscar la desconexión; para encontrarla hay que tener los medios, si no, donde quiera que estemos, allí donde vayamos los pensamientos vendrán como equipaje preferente y se instalarán como programas predefinidos en el disco duro de nuestro cerebro, ocupando gran parte del software impidiendo dejar espacio libre al vacío, vacío necesario para llenarlo de paz, armonía, tranquilidad, sosiego y amor. 

Relajar el cuerpo es sencillo, un baño de agua caliente, un Spa, tumbarnos en el sofá tapados con una manta, dormir…  ¿Y relajar la mente…? ¿Es fácil relajar la cabeza? Quizás estés tumbado en la hierba tomando el sol con tu cuerpo relajado y vengan a ti mil pensamientos saboteando ese momento de relax.  

Casi siempre que alguien toma contacto con la meditación por primera vez piensa que dejar la mente el blanco es imposible, que es requisito indispensable para meditar… Que no sabe relajarse y… No tiene tiempo porque ¡Está muy ocupado!… Otras veces confunden meditación con reflexión y se agobian porque piensan que es para pensar más y claro… ¡Lo que desean es dejar de pensar! 

Meditar es más sencillo que todo eso y al mismo tiempo más complejo. Esta dualidad hace que no sea fácil explicar con palabras el significado exacto de la meditación por más definiciones que se le dé. Es mucho más que lo que parece a simple vista. Es observar que “hay dentro” haciendo una pausa para después ver y comprender mucho más “ahí fuera”. Es ante todo un puente hacia tu interior.  

En el siglo XXI hemos llegado a conquistar el espacio, a tener ordenadores muy potentes, medicinas que alargan la vida y la protegen de forma que en los tiempos de nuestros bisabuelos era impensable… Sin embargo, vivimos con el corazón oprimido por un estrés que mata, una vida llena de cosas, con abundancia aparente y carente de lo más esencial: recordar lo que somos.  

La meditación es la medicina del alma, que no se compra en farmacias, ni se envasa en blíster de colores con cajas de bonito diseño comercial.

La meditación es el alimento de tu interior, la medicina del ser, el espacio donde resides, el templo sagrado donde entras mientras habitas tu cuerpo… Es recordar que somos mucho más de lo que nuestros pensamientos intentan decirnos. Y meditar es tan sencillo como respirar, tan fácil como observar nuestros pensamientos sin juzgar el por qué; es hacer consciente el acto de la respiración, algo inconsciente que al volverse consciente se convierte en la magia que estábamos esperando. Todo un arte que está ahí deseando que le prestes atención.  

Cuando meditamos entramos en un plano de conciencia modificado, donde la frecuencia cerebral es similar a la que tenemos mientras dormimos en estado de vigilia, la atención está activa en estado de relajación y la observación es plena.  

Los beneficios llegan a un nivel en el que un meditador constante durante cinco años una hora diaria tiene un rejuvenecimiento cerebral de doce años. 

La meditación desarrolla la intuición, rompe con hábitos y reacciones inconscientes, miedos, escollos subconscientes… transforma la emociones negativas,  nos hace ver las cosas con más claridad, nos ayuda a estimular la producción de nuevas células, meditar una hora equivale a cuatro horas de sueño reparador… 

Como profesora de meditación me siento plena, satisfecha. La meditación llegó a mi vida hace años transformándola para siempre. En mis clases,  cursos y talleres siempre ocupa un lugar importante independiente de el tipo de curso o taller que imparta. Hace poco di una conferencia, hacer una breve meditación antes de comenzar la charla cambió la energía de la sala y de los asistentes.  

Todo esto me lleva a una frase anónima que llegó a mi hace tiempo: “Meditar es atreverse a mirar allí donde lo desconocido guarda secretos sin nombre”